Hay una memoria que descubrimos en nuestra infancia y marca el compás de nuestra vida, la memoria culinaria o en mejores palabras, esos olores y sabores de la casa de mamá y la abuela.
La cocina, ese lugar muchas veces dejado de lado, temido, cerrado y mucho tiempo privado del resto es en realidad un laboratorio de decisiones políticas.
¿Qué compramos o sembramos? ¿qué cocinamos o dejamos de cocinar? ¿qué combinación de sabores incluimos o no? Y finalmente, ¿qué decidimos hacer con aquello que no usamos? Todas las respuestas a estas preguntas contienen un acto político social. Decidimos tomar una posición el momento que nuestra memoria culinaria se forma porque así es como se ha cultivado nuestro proceso de aceptación del alimento como algo que nos agrega o nos hace daño.
Es esencial entender esto porque en estos momentos de pandemia, es ahí donde yo personalmente más he encontrado inspiración y respuesta a muchos de los dilemas ambientales que se mezclan en mi cabeza cuando empiezo el proceso de cocinar para la familia. Ahí experimento, ahí decido y ahí también cambio.
Por eso empiezo este blog que más que enseñarles algo tiene como intención compartir el camino que he recorrido con quienes deciden leerlo y hacer las recetas conmigo. Quiero conocer sobre mis alimentos, experimentar su impacto ambiental y crear recetas que me permitan disfrutar los placeres de comer entendiendo también el placer de ser activista ambiental.
Quiero que entendamos la alimentación desde nuestro impacto pero también desde nuestra memoria, una memoria que en mi caso está plasmada de mujeres poderosas y valientes, temperamentales y vulnerables que hicieron de cada plato una decisión de vida y de cada ingrediente una pasión.
¿Empezamos?
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